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¿Por qué es tan difícil regular nuestras emociones?

L

as emociones son como las luces de nuestro tablero de control de nuestra vida. Similar al que puedes ver en la cabina de un avión. Su función es avisarnos sobre lo que ocurre a nuestro alrededor en relación con lo que ocurre en nuestro interior. Realmente las emociones no son controlables, lo controlable parcialmente son las conductas que se derivan de esas emociones, no podemos controlar la alegría, la tristeza, el asco, el miedo, la sorpresa o la ira (las seis emociones básicas) pero sí parcialmente, la risa, el llanto, el vómito, la agresión o la huída; igual que no podemos controlar el hambre, pero sí el abalanzarse sobre un jugoso filete.


¿Qué quiero decir con todo esto? si bien es cierto no podemos controlar las emociones como tal, lo que sí podemos hacer es gestionarlas adecuadamente, y es así que surge el concepto de inteligencia emocional. La Inteligencia emocional (IE) es un constructo que se refiere a la capacidad de los individuos para reconocer sus propias emociones y las de los demás, discriminar entre diferentes sentimientos y etiquetarlos apropiadamente, utilizar información emocional para guiar el pensamiento y la conducta, y administrar o ajustar las emociones para adaptarse al ambiente o conseguir objetivos.


Sin embargo, en la sociedad actual estamos acostumbrados a vivir en situaciones de competencia, lo que genera estrés. Esta es una respuesta totalmente automática del sistema nervioso que nos permite “sobrevivir” en entornos difíciles. Cuando sufrimos un episodio de estrés el córtex activa los centros emocionales del cerebro, que empiezan a enviar mensajes de alerta al organismo. Así, el sistema nervioso simpático y la glándula suprarrenal se activan y liberan cortisona y adrenalina. De la misma manera, la parte del cerebro responsable de la regulación emocional, la corteza prefrontal, pierde el control sobre los centros emocionales.


Esta parte de la neocorteza es la región del cerebro que más tiempo tarda en desarrollarse, ya que de hecho se considera que no termina su desarrollo hasta los principios de la edad adulta entre los veinte y veinticinco años de edad. Los procesos cognitivos y las funciones ejecutivas no podrían llevarse a cabo sin su participación, de manera que estamos ante una de las áreas más relevantes a la hora de poder adaptar nuestra conducta a las situaciones y realizar operaciones cognitivas complejas.


La corteza prefrontal tiene importantes conexiones con una gran cantidad de regiones cerebrales tanto corticales como subcorticales, como por ejemplo el sistema límbico, los ganglios basales, el hipocampo, el tálamo y el resto de lóbulos cerebrales. Es por ello que influye en y se ve influida por una gran cantidad de informaciones provenientes de muy diversas regiones, resultando imprescindible para la correcta gestión de la conducta y de nuestros recursos.


Si lo trasladamos a una orquesta, la corteza prefrontal será el director, que dirige todas las funciones: Controlar los impulsos e instinto, Atención y focus, Expresión de la personalidad, Inhibición de conductas, Toma de decisiones y Recuperación de memorias o recuerdos. Además, hay factores epigenéticos que hacen que muchas personas tengan el sistema nervioso simpático con un umbral de excitación más bajo o más alto, por lo que son más propensos o menos a sufrir estrés y, por lo tanto, más susceptibles de regular inadecuadamente las emociones.


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